Cuando hablamos de los cuidados hablamos
de responsabilidad mutua, de prioridad
social, con un gran coste económico y personal.
Si la sociedad no se hace responsable de las personas más desfavorecidas
y dependientes, deshumanizamos los
cuidados. Todas las personas somos social y humanamente interdependientes y
necesitamos diversos cuidados a lo largo de nuestra vida. Recordemos que humanizar significa cuidar
desde el respeto. El envejecimiento de la sociedad, la
baja natalidad, la esperanza de vida nos hacen reflexionar que debemos
construir desde la pluralidad, socializar los cuidados, no responsabilizar
únicamente a las mujeres de ellos, y eso nos aboca en un cambio tanto de
valores como de organización social, con una real igualdad de oportunidades y
con una corresponsabilidad de los hombres. La sociedad
va cambiando antes que las leyes, hacia
nuevas formas de cuidado y actualmente estamos trabajando para cambiar y educar
en un modelo de auténtica
corresponsabilidad entre mujeres y hombres y por una
distribución justa y equitativa de las tareas a realizar en el hogar familiar.
El modelo que
defendemos tiene como objetivo que la sociedad en general, y
los hombres en particular, sean corresponsables en el sostenimiento de los
cuidados así como garantizar los mismos con unos servicios sociales de calidad,
en la atención a las personas dependientes,
con diversidad funcional, a los recién nacidos y a los menores.
El cuidado no es exclusivo del ámbito
familiar o doméstico, sino que es una necesidad de todas las personas. Los cuidados a corto y largo plazo no pueden
centrarse exclusivamente en cubrir las necesidades básicas de las personas
mayores, ya que hay que atender otros aspectos fundamentales para su propia
vida, su propia independencia emocional y su derecho a ser cuidada dignamente. Estos cuidados realizados por la familia, las instituciones
públicas y el mercado formado por empresas con ánimo de lucro, además del
voluntariado y las organizaciones del Tercer Sector, deben reorganizarse
mediante un apoyo mayor de servicios públicos y reducir los horarios en las jornadas laborales además de apostar por un modelo de cuidados
compartidos. El dinero público es para amparar a la
sociedad no para que algunos se lucren con ello.
Incidir
en una mayor configuración del empleo doméstico emplazaría más a repartir que a
compartir el cuidado. Resulta incuestionable la prioridad de caminar hacia
propuestas que aboguen por limitar, repartir y compartir el tiempo de todo el
trabajo, no solamente del remunerado.
El
objetivo es facilitar la reducción de la desigualdad existente entre mujeres y
hombres en las tareas de cuidados, replanteando, la organización social del cuidado, mediante
una respuesta colectiva al problema, y no responsabilizar únicamente a las
mujeres, por ser una mano de obra barata, no remunerada. No podemos seguir creando
empleos para el cuidado, que impidan el cuidado personal e individual. Las
personas cuidamos a personas. Reorganizar la estructura laboral, la forma de
educación de género, son urgencias que se plantean tras la crisis de cuidados,
impulsada por el actual sistema socioeconómico. Resulta igualmente imprescindible
eliminar la condición que prevé como único acceso a los servicios de
dependencia, la prestación por cuidados en el entorno familiar, ampliando el
foco a la responsabilidad compartida de los cuidados, Una respuesta
institucional, a través de la creación de servicios profesionales para atender
a las necesidades de cuidado, la municipalización del SAD, mayor cantidad de
guarderías municipales, de Centros de Día, así como respuestas comunitarias que refuercen los
vínculos afectivos y a un modelo convivencial compartido, es una necesidad
inherente.
La
prioridad política debe establecer los cuidados sociosanitarios como base
primordial, con un coste público y social para asegurar una calidad del
servicio, una regulación laboral y una garantía al derecho de las personas a
ser cuidadas en su entorno personal.